viernes, 14 de diciembre de 2012

La MULA, el PAPA y el BUEY


Ay Santo Padre, Santo Padre, ¡cuántas metidas de pata llevamos hasta ahora! Las mías, como las suyas, vienen por hablar de más, pero al menos tengo la excusa de no ser infalible ni tampoco un teólogo eminente, como usted. Tampoco he presidido, como en su caso, la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, conocida en sus tiempos más ardientes como el Santo Oficio de la Inquisición, ni sus cardenales me tomarán en cuenta como candidato para encabezar después de usted a la exitosa transnacional conocida como Santa Iglesia Católica, que tiene a un 38% de la población mundial convertido en creyentes bautizados (aunque no todos sean practicantes) y más de 6.000 obispos que viven a todo lujo. El motivo que me dan para descartarme como su sucesor es que soy agnóstico y no cura. Sólo por ese pequeño detalle no soy papabile. Esto no es justo. Por ser honesto, sincero y objetivo con mis creencias, se me está privando de la oportunidad de contribuir a un mundo ideal como el que describió Lennon en su canción Imagine, sin fronteras ni religiones. Le aseguro que mis metidas de papa, perdón, de pata, Santo Padre, acabarían destruyendo a la iglesia católica más rápido que las suyas. Pero en el fondo creo que me hubiese dejado quemar antes que aceptar sustituirlo en su cargo, aunque la papa me encanta y el arte del Vaticano también. No me quedan bien las sotanas ni el poder. Por si las moscas, ya la CEP (Curia Electora de Papas) está hablando del cardenal hondureño Oscar Rodríguez como reemplazo suyo, así que cuidado con ese, que no es tan bueno como yo, y que sólo me supera en que no le importa vestirse de rojo, según la moda que ha venido uniformando a la mitad de mi país. Afortunadamente para usted, cada vez que mete la pata le salen defensores corriendo como bomberos para apagar un fuego que no debió prenderse (nostalgia por las hogueras inquisitoriales, supongo) y gritando: es que el Papa no quiso decir… mientras a mí más de uno me dejará aplastado como tapita de refresco en la calle cuando lea este post. Nada que hacer, reconozco el masoquismo como parte de mi mala costumbre de decir siempre lo que pienso.

Querido Ratzinger, mientras usted salta salpicando de un pantano a otro, la iglesia está en peligro: el poder del elitesco Opus Dei tan favorecido por Wojtyla sigue siendo enorme; usted desprecia las corrientes populares como la Teología de la Liberación, que frenó hace 25 años, pero éstas siguen creciendo junto con distintas sectas interesadas en lucrarse a costa de la ignorancia del pueblo. Hasta hay algunas que comercian con santos y otras con el diablo. Esos y otros hechos le están quitando muchos creyentes al catolicismo. ¿Ve que aunque no me quieran para Papa sí me importa la iglesia, y la defiendo, poniéndolo al corriente del peligro que representan quienes prometen hacer que uno pare de sufrir? Y lo hago porque Su Santidad me ha aclarado algo que no entendía: cuando usted condena a los homosexuales por ser una gente que perversamente se ha hecho a sí misma contra la Voluntad de Dios, enseña algo que yo creía imposible y que me lleva a admirar el poder gay. También ha dicho que el escándalo de los curas pederastas es un pecado del que la iglesia debe arrepentirse. Usted tapó muchos de esos casos por proteger a su organización, lo cual es muy humano viniendo del representante divino, pero reconocer el error es de sabios. Lamentablemente, cuando dice que “la destrucción psicológica de los niños (abusados) es un signo aterrador de los tiempos” vuelve a sacudirse la responsabilidad que ha tenido la iglesia en la construcción de esos mismos tiempos. Es obvio que, aunque la iglesia católica condene el divorcio, hay uno clarísimo entre ella y su forma de entender al mundo actual. Todos estos errores y otros que no menciono se asocian con un vivir fuera de la realidad, como le pasa a los locos, y la verdad es que con todo esto me siento dentro de un mundo gobernado por locos.

También Su infalible Santidad dijo públicamente en su viaje a África que el uso del preservativo "no es la mejor manera para combatir el SIDA, ya que es necesaria una humanización de la sexualidad" porque esa pandemia "no se combate sólo con dinero, ni con la distribución de preservativos, que, al contrario, aumentan el problema". La verdad, yo siempre uso condón, prefiero la excomunión a una infección de transmisión sexual. Al menos sé lo que una ITS supondría para mi cuerpo presente, pero no me consta nada acerca del posible infierno futuro. Usted ha sido categórico al afirmar que “el infierno existe y es eterno, y además no está vacío”. Lo cual anula toda posibilidad de un dios de amor y misericordia aunque, si me equivoqué al ser agnóstico y por eso me condeno, su palabra asegura que tendré compañía divertida para siempre. Pero ese punto de vista es comprensible viniendo de alguien que pasó fugazmente en su adolescencia por las Juventudes Hitlerianas. Y hablando de Alemania, en la Universidad de Ratisbona donde usted mi querido Santo Padre fue profesor de teología, a diferencia de mi padre biológico que nunca ha sido santo ni profesor de nada, Su Santidad usó la siguiente cita del emperador bizantino Manuel II: “Muéstrame aquello que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malvadas e inhumanas, como su directiva de difundir por medio de la espada la fe que él predicaba”. Todos sabemos que la espada cristiana también sirvió de forma sangrienta a la evangelización, incluso desde antes que los dominicos usaran la hoguera, pero su desafortunada cita molestó a la numerosa población mundial musulmana, y usted tuvo que borrar el desliz con una breve oración dirigida hacia La Meca en su posterior visita a Turquía. ¡Bien por esa nueva rectificación del error! Si estoy equivocado en todo esto, yo también miraré hacia Roma y hasta iré a la Ciudad Santa a disculparme, si usted quiere. Aprovecharé el viaje para averiguar por qué se emplea tanto la palabra “santo” cuando se habla de usted, de la iglesia y de todo lo que le concierne, y para invitarle a considerar su retiro a tiempo. 



Volviendo a esos errores humanos, son comprensibles viniendo de alguien con su historia. Pero lo que sí me hiere profundamente y me cuesta perdonar es que en su reciente libro sobre La Infancia de Jesús, Su Santidad quite del pesebre a la mula y al buey, afirmando que esos pobres animales nunca estuvieron presentes en el nacimiento del niño más famoso del mundo. No me basta con que diga allí que la estrella de Belén fue una supernova, yo no tengo una ni soy astrónomo, pero sí tuve que regalarle hace poco a mi madre un nacimiento con mula y buey que me costó unos buenos reales. Para más pecado, incluye un pastor alemán y un elefante entre tanta oveja y camello. A pesar de que soy agnóstico, mi madre es mi madre y aunque sea católica, la amo. Ella me explicó que montar el pesebre es una tradición social que ha trascendido más allá de la religión, desde que Francisco de Asís inventó el primero por el año 1223. También me dijo que ese gran hombre defendió a los animales, viéndolos como los hermanitos menores de una humanidad supuestamente racional. Si la iglesia decidió hacer santo a Francisco, que respete sus aportes y entonces hacemos un trato: como artista que soy y niño que fui, me gusta la tradicional iconografía del belén montado con su mula y su buey. Si los deja tranquilos, puede quitar el ángel, ¿trato hecho? Piense que Lucas y Mateo sólo pudieron oír la historia del pesebre de labios de María, la única que también pudo contar lo que ese mismo ángel le dijo acerca de su Anunciación. ¿Por qué la virgen diría la verdad sobre ésta y mentiría acerca de los animales que estaban en el lugar donde parió sin perder la virginidad? Usted no estuvo ahí, ella sí. Así que no asegure con tanta firmeza que “en el portal no había esos animales”. Me solidarizo con ellos, como otro Francisco. Y si en vez de agnóstico yo fuese ateo e hiciera un nacimiento, claro que los pondría dentro de éste. Sólo a la mula y al buey, claro, a nadie más. Pero siendo agnóstico, puedo colocar a quien quiera, hasta al perro alemán. O a un Niño Jesús negrito. O incluso metería la paloma. ¿Por qué no? Es mi pesebre.

Por otra parte, ¿qué hacemos con la diversidad étnica de los Tres Reyes Magos, con sus turbantes orientales y túnicas bordadas en oro? También pagué por ellos cuando compré el belén para mi madre. Usted en su visita a Barcelona denunció “un secularismo fuerte y agresivo como el de los años 30 e instó a reevangelizar a España. Tal vez por eso, mi querido Benedicto,   usted afirmó también que Melchor, Gaspar y Baltasar procedían de Tarsis, un lugar que los historiadores ubican entre Huelva, Cádiz y Sevilla. Es decir, que los Reyes Magos fueron andaluces. Vestidos como sabios moros, a la moda de la época. Pero ese reconocimiento no basta para reevangelizar a un país ni para consolar a una de las regiones de España más golpeadas por la actual penuria económica y educativa, casi tan mala como la de Venezuela hoy, así que me solidarizo con el andaluz que declaró hace poco en un diario español:En plena crisis, sin paga de Navidad, y ahora nos vacían el Portal”. Por todo lo dicho, mi querido y falible Santo Padre, le invitó a desdecirse como ya lo ha tenido que hacer en otras ocasiones y a dejar tranquilos a la mulita y al pequeño buey. Como sea, sólo asoman el hocico una vez al año, y además son animales estériles, aunque se hayan multiplicado a través de tantos pesebres y siglos, lo cual es un milagro. No me quite mi poquita fe en los milagros, Santo Padre, por favor. No olvide que, según usted, lo que me espera en la eternidad no es bueno. Tenga compasión. Mire que casi es Navidad. Gracias.

Escrito por: Gustavo Löbig